El caso Fernando Báez Sosa
Todas las pruebas, los alegatos y el sufrimiento que se expusieron a lo largo de este juicio no bastaron para evidenciar, en los ocho imputados ni en sus familias, una muestra de arrepentimiento, un dejo de sentimiento, ni siquiera un poco de piedad, es como si vivieran y respiraran impunidad ante las normas y leyes sociales, ante el sufrimiento ajeno y ante la responsabilidad de sus actos y estas conductas no son una mera casualidad.
Para los psicópatas la culpa no existe, la empatía tampoco, no forman parte de su sentir, pero si, el resentimiento y exterminio por todo lo que consideran diferente a ellos, raza, credo o condición, todo es una buena excusa para motivar su ira, generar agresividad y atacar. Se unieron en grupo, se potenciaron y acrecentaron su sed de sangre y su éxtasis de placer al ver destruirse el cuerpo de Fernando y escuchar sus súplicas y lamentos de dolor hasta la muerte.
Caducó, “dijeron”, hablando de Fernando como si fuera un objeto, una cosa con fecha de vencimiento, una etiqueta en un envase desechable, su vida no valía nada, su muerte fue un trofeo de guerra, uno más para la larga lista de víctimas de humillación, bullying y discriminación logrados a lo largo de sus vidas, hábitos y costumbres desarrollados y perfeccionados a lo largo del tiempo.
No bastó con la novela Clockwork Orange del escritor Anthony Burgess, luego adaptada en película que impactó al mundo, “La Naranja Mecánica”, para que los asesinos de Fernando tuvieran la necesidad de inmortalizar sus egos con la puesta en escena de esta macabra realidad, imitando a los personajes que despliegan el único arte que saben, su siniestra frialdad para asesinar y excitarse con las funestas y rojas escenas, resultado de su masacre grupal. Todos sincronizados como el tiempo en un reloj en donde el tic tac son los gritos desgarradores de dolor de las víctimas. Los escenarios son premeditados, nada dejado al azar y todo estudiado estratégicamente para no fallar y lograr la preciada recompensa que sus mentes necesitan como alimento, como bien lo dijo el abogado del particular damnificado ” matar les dio hambre”, son humanos que se activan con el sufrimiento ajeno, para sentir fluir la sangre por sus venas, para sentir como les late el corazón colmado de adrenalina, como gozan en el preciso acto de sumisión de su víctima, como se excitan de placer generando oxitocina y dopamina, mirando, oliendo, escuchando y tocando la muerte con todo su ser, disfrutando por todos sus poros la euforia dominante y su egocéntrica felicidad.
Se sienten Dioses que tienen en sus manos el destino de la vida y la muerte con sus propias leyes y códigos de horror, en “La Naranja Mecánica”, los golpes son automatizados, una y otra y otra vez, sin pensar, solo hacer, para Fernando fueron más de 50 segundos de reiterados golpes y patadas hacia su cuerpo, para que los ocho imputados alcancen esos instantes de placer inmediatos, infinitos y poder rumiar el recuerdo para persistir en ese estado de euforia, fuerza física y masturbación mental que les pide siempre más.
Sus miradas profundas y penetrantes, sus gestos de soberbia y superioridad, sus posturas desafiantes y su negación insultante e impoluta ante el crimen, muestran claramente y sin duda que la muerte de Fernando, en su lenta agonía que comenzó con un golpe a traición y su caída al piso seguida de patadas e insultos, es el acto claro de psicópatas que no deben circular por las calles de ninguna ciudad, sus presencias enrarecen los ambientes, porque su objetivo y misión en la vida es detectar, elegir, provocar y terminar con la vida de personas para saciar su sed de venganza, la cual no caduca “jamás”, solo crece y crece reforzando su bestia interna, su animal sediento de sangre, pero no son animales irracionales, son seres humanos en plena conciencia de sus actos que eligen hacer lo que hacen.
Los ocho imputados, no tienen cura, no pueden vivir en sociedad, no pueden aprender de sus errores porque no aceptan su responsabilidad ante los hechos y sin aceptación no hay aprendizaje ni cambio de conducta posible.
Es necesario que se sancione la LEY Fernando Báez Sosa, para que “Nunca Más” haya un Fernando.
Culpables también son sus padres al no consultar con un profesional ante las conductas agresivas y falta de límites de sus hijos durante su crecimiento, las instituciones educativas al no detectar, comunicar y tomar acciones a disposición para ayudar a tomar conciencia de los actos a los alumnos y familias y la sociedad toda por su silencio.
Es tan responsable, el que ve y no hace nada y como el que calla y encubre, estas sentencias son para todos.