Las preguntas
En el transcurso de la vida surgen acontecimientos de variado impacto e intensidad emocional. Algunos de ellos son sucesos diarios, resueltos sin mayor conflicto y sin empeñar demasiada energía, pero cuando aparece un acontecimiento inesperado, el desconcierto desestabiliza rápida y profundamente. Luego llegan las preguntas cuyas respuestas van a dar un marco y contenido informativo del suceso. Hasta aquí es una reacción organizativa psicológica y emocional para empoderarse del momento que está aconteciendo, y poder reaccionar al respecto.
Preguntarse es una conducta natural, el cuestionamiento surge automáticamente, es parte del proceso de conocimiento, de esta forma se asimila la situación y se acomoda el entorno y sus circunstancias a las propias capacidades y experiencias. Obtener respuestas es una misión necesaria para encontrar nuevamente el equilibrio entre el deseo y la necesidad.
¿Qué sucede si las respuestas no satisfacen ni calman el sufrimiento que produce la realidad? Continuar buscando las respuestas es entrar en un círculo vicioso que se retroalimenta y perjudica, subiendo los niveles de ansiedad, angustia, frustración, y produciendo inestabilidad emocional, todas estas cosas que, mantenidas en el tiempo, pueden generar estrés crónico, viéndose comprometida la persona en todas sus áreas, psico-físico-sociales.
Cuando el acontecimiento supera las posibilidades personales de entenderlo, entra en juego la capacidad de resiliencia personal. Esta capacidad para superar situaciones traumáticas, hace a la diferencia de los seres humanos, entre instalarse en el trauma y el estrés, o resolver el conflicto por caminos alternativos, que implican aceptar el acontecimiento, disminuir el sufrimiento emocional, y proyectar un futuro esperanzador y constructivo.
Las respuestas, que en muchas ocasiones no se encuentran, es debido a que se está haciendo una pregunta lógica para satisfacer una necesidad emocional. Por este motivo muchas veces no hay palabra o idea que alcance a saciar la expectativa de una contestación, por ejemplo ante la muerte de un familiar querido, una catástrofe, un siniestro, un logro personal no alcanzado, o a veces ante las decisiones unilaterales de otras personas.
Llega el momento en que hay que evaluar si es necesario seguir preguntando el “por qué” de lo sucedido, para darse cuenta que lo que queda, es el “para qué” sirvió todo lo que pasó y que se aprendió en el proceso de cada acontecimiento de la vida.
Hay que aprender a valorar los recuerdos por la experiencia que significa tener un pasado que nos identifica y estructura como seres humanos únicos, para seguir transitando el camino de la vida, tolerando la frustración de lo que no pudo ser como se hubiese querido, y la incertidumbre de las respuestas no obtenidas.